Va esta invitación enviada por nuestro compañero Marco Esteban Mendoza...
Compañera(o)s:
Le hago una invitación para asistir a la presentación del libro del maestro Felipe Garrido. Les anexo la propaganda y algunos de sus minicuentos.
Viernes a la 7:30 pm. Si van lleguen temprano ya que se va asistir mucha gente.
Marco Esteban
De una inscripción en la arena, abandonada al viento: “...te convoco y te condeno a que no puedas cerrar los ojos sin verme, abrir los labios sin llamarme, saciar la sed sin sentir en tu boca la mía, tocar tu cuerpo sin creer que me acaricias, doblar una esquina sin la esperanza de hallarme, alzar el teléfono sin oír en mi voz tu nombre, abrir un libro sin leer estas palabras, porque el único amor que me hace falta es el tuyo, y lo necesito de esta manera desmesurada en que yo...”
El capitán
E luego dijo el capitán que nadie lo siguiese porque aquella empresa los cielos se la habían señalado y sólo la fuerza de su brazo podría acometerla. Vímoslo bajar con la espada en la mano e la cabeza descubierta, entre aquellos árboles tan altos que escurecían la mañana. E unos dijeron, luego que no volvimos a verlo, que el mucho sol y el poco descanso le habían consumido la cordura. E otros que había sido la codicia, porque en aquellas tierras había oro, e más río abajo. Y para mí me tengo que no fue el sol ni los trabajos pasados y ni siquiera la gana y el gusto del oro, sino aquella muchacha de tetas picudillas y cabellos crespos que olía a tamarindo y le dio a probar su carne, de color loros, sus ojos de capulín. [De Nuevas navegaciones..., atribuido a Antón Gil, el Xamurado.]
Histórico
Señoras y señores, les habla su piloto, el capitán Ausencio, para informarles que nos hallamos en una zona de intensa turbulencia. Ustedes están a bordo de un vuelo que marca una nueva etapa en la aviación. Gracias a los sacrificios de muchos hombres y mujeres, hemos logrado superar los viejos procedimientos autoritarios que por décadas imperaron en el aire. Por primera vez en la historia, ustedes mismos decidirán qué debemos hacer. En un momento, las señoritas sobrecargo van a repartirles un cuestionario que deben llenar para decidir qué maniobras debemos ejecutar para seguir con nuestro viaje. Se les ruega que, antes de responder, lean con cuidado el reglamento impreso al reverso, de modo que cubramos debidamente la normatividad vigente y los requerimientos de transparencia que exigen el Comité de Decisiones y el de Siniestros.
Nocturno
—Hace tanto tiempo —me dijo al oído, jadeante todavía, y se acodó a mi lado, desnuda como el viento. Sombras sobre sombras; una línea de luz en las caderas. Sus ojos brillaban en secreto. Comencé a besarle las axilas; bajé a mordiscos por el perfil de luna; me detuve en las corvas; la escuché suspirar.
—Sígueme soñando —le supliqué—. No vayas a despertar.
Relámpago
Gruñe la hamaca, más allá del muro de tablas. Frota las lajas el río. Noche cerrada. Doble la risa ahogada. Caña y sudor. Alguien baja por el llano. A lo lejos se ve sólo la luz, rodando por el carrizal. Apenas que se acerque, por el maculí, se le mira la figura. Aprietan el silencio un ladrido distante, el cuerpo inasible del río. Mudos resplandecen los cocuyos. Alza al entrar la lámpara por encima de la cabeza descubierta. Mira mecidos los muslos de media sombra. Silba el tajo del machete, relámpago sin luz.
Tres velas
Un hombre que traía tres velas llegó a un pueblo donde había una mujer que no quería casarse. Encendió la primera con el primer lucero, y a la mujer le gustó cómo ardía. Le dijo a su peón que fuera a comprarla. “No la vendo —dijo el hombre—. Si quiere se la regalo, pero sólo si me deja tomarle las manos.” Y ella estuvo de acuerdo. Luego el hombre encendió la segunda, que tenía mejores luces, y la mujer mandó a su peón a comprarla. “Esa tampoco la vendo —dijo el hombre—. Si la quiere se la doy, siempre que me deje tentarle las piernas.” Y la mujer dijo que valía la pena. Después el hombre encendió la tercera. Era tan brillante que los gallos creyeron que había salido el sol. “No está en venta —le dijo al peón—. Si tu ama la quiere dile que me deje tocarle desde los pechos hasta donde empiezan las piernas.” La mujer tomó la tercera vela, y se encendió, como si también ella se quemara. Entonces el hombre la subió a su mula y se la llevó.
Mamá
Como es más chica que yo, Evelyn sigue llorando mucho rato, horas digo yo. Estamos amarradas a la pata de la cama con una cuerda. Una cuerda para Evelyn, una cuerda para mí. Una cuerda fuerte, que no se troza aunque la mordamos. Me aprieta un poco, en el tobillo, y me lastima menos si no me muevo. Una cuerda un poco larga, para que podamos llegar al rincón donde hacemos nuestras necesidades. Antes yo también lloraba, pero ya no. Evelyn sí. Llorando se queda dormida. Estamos a oscuras, con las cortinas corridas, pero algo de luz llega por la ventana. Una ventila, más bien. Yo no lloro. Solamente la odio. Pienso en el parque. Pienso en las macetas de la casa de la abuela. Pienso en las niñas de enfrente, que van a la escuela con sus uniformes. Oigo los ruidos de la calle. Luego pasa el tiempo. Entonces a veces lloro, porque ya casi es hora. Sé que de pronto va a abrirse la puerta y van a entrar juntas, la luz y esa mujer.
Esperamos tus comentarios.
Elisa Garrido Harfuch
Gravitycam
5630-4141
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Cuando nuestros sueños se han cumplido, es cuando comprendemos la riqueza de nuestra...
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